Madrid, 14 de mayo de 2025. Quinta de feria. Ganadería: Pedraza de Yeltes (toros de enorme volumen, con un promedio de 622 kilos, con dificultades 2º, 3º, 4º y 5º. El primero más asequible por su nobleza y el sexto, de nombre Brigadier", extraordinario, premiado con la vuelta al ruedo). Toreros: Román (pinchazo, estocada defectuosa y dos descabellos, aviso y vuelta y pinchazo, media caída y dos descabellos, aviso y silencio), Jesús Enrique Colombo (Estocada sin puntilla, aviso y petición y vuelta) e Isaac Fonseca (estocada caída, silencio y pinchazo y estocada a toma y daca, oreja) Subalternos: Borja Lorente picó en lo alto en tres varas, bregó con mucho temple Raúl Ruíz y destacaron en banderillas Juan Carlos Rey y Tito. Entrada: Tres cuartos Incidencias: sopló el viento a rachas durante toda la tarde, llovió intermitentemente y diluvió durante la lidia del segundo toro
Llegan a la feria los toreros de América. De Venezuela y México, concretamente. Antes, mucho antes, venían más y con más frecuencia. En mis años de estudiante universitario, rara era la tarde de toros, dominical o de feria, en que no actuara en Las Ventas alguna novedad de más allá del "charco", principalmente venezolanos y mexicanos. No doy nombres por temor a dejarme en el rezago unos cuantos diestros ilustres que pusieron a los nuestros la peras a cuarto, sobre todo, los mexicanos, antes y después de la rotura del Convenio entre países, azuzado en los años 30 por nuestras figuras coetáneas, de las cuales—dicen—Marcial Lalanda fue el principal impulsor; pero, en cambio, los venezolanos, con los hermanos Girón a la cabeza, se hincharon a torear en España. Ahora, las cosas han cambiado. Se ven pocos toreros de por allá en las ferias de tronío, a mi juicio, por una flagrante distorsión del sentido de la proporcionalidad, a favor de los de nuestra casa. Hay por ahí toreros de Hispanoamérica muy interesantes que sufren una incomprensible discriminación. Por fortuna, la empresa de Las Ventas obra con justicia –más, haría falta—y ayer hicieron el paseíllo en Madrid dos muchachos que se lo han ganado a pulso: Colombo y Fonseca, con el catalizador de Román, que siempre es garantía de valor sereno, entrega absoluta y sonrisa permanente.
Claro que en Madrid, lo de las sonrisas y tal se topa con el pie en pared de la vinagreta más ceñuda: la que se calienta a diario en el microondas de los tendidos de sol, para asegurarse que la ensalada de teorética, de mayor o menor jugosidad, esté en su punto.
Fueron saliendo por la puerta de chiqueros los toros de Pedraza de Yeltes y parecían camiones de gran tonelaje, con su consecuente arboladura. Cuatro de ellos lucían esplendorosamente los seiscientos y pico kilos y dos se aproximaron hasta el mismísimo borde. ¿Adónde vamos con el seiscientos de acá para allá? Acaso el toro del 600 es el que impone el trapío? Lo dudo. En cualquier caso hubo toros de ese tonelaje que embistieron y mostraron su buena casta, pero a otros les dio por vender caras las embestidas y remolonearon. Román aprovechó las bondades del primer toro y logró escenificar una faena muy apañada, malrotada con la espada, y le plantó cara al cuarto, que se vino muy a menos ante la muleta, aunque volvió a estar desacertado con los aceros. Y Jesús Enroque Colombo, en medio de un aguacero descomunal, sujetó bien las embestidas destempladas del segundo, lo banderilleó con soltura y brillantez y lo toreó de muleta con decisión y variedad de suertes, mandándole a las mulas con una estocada sin puntilla. En el quinto volvió a lucirse en banderillas. Este Colombo domina esta suerte como pocos. Llama de lejos, mide los terrenos, ajusta las distancias y cuartea ampuloso, se saca de abajo el par, clava en lo alto del morrillo y sale limpiamente de la suerte. Llega al público. Es un gran banderillero, anda muy bien en el manejo de las telas y se tira a matar sin contemplaciones. ¿Es vulgar? Vulgar es ignorar una verdad fehaciente.
Pero entremos ahora en el meollo de la corrida, en el asunto nuclear de una tarde de toros para recordar. Ocurrió en el último toro, cuando chispeaba a ratos y los tendidos comenzaban a ralear de gente. Se llamaba Brigadier, colorado y con 667 kilos repartidos por su amplia anatomía. De salida, comenzó a tomar los capotes con una nobleza excepcional, acudiendo solícito y bravo a los cites del matador y el peonaje, protagonizando después una suerte de varas memorable, en tres puyazos magníficamente administrados por Borja Lorente. Raúl Ruiz lo llevaba embelesado en la bamba de capote, dosificando la distancia, para colocarlo su matador, por tercera vez, en los medios del ruedo. Y desde allí se arrancó Brigadier con tranco solemne y rabo empinado. Lorente picó en lo alto y el público se puso en pie. El mexicano Isaac Fonseca se percató de que tenía un cheque en blanco a su disposición y decidió ir a por todas, ya que antes, en su primer toro, no acabó de entrar en faena. Cuando se vieron a solas toro y torero, parecía que entraban en liza un coloso (el torazo) y un alfeñique (el torero) aquello olía a gran acontecimiento. Fonseca citó con las dos rodillas y entre la coronilla del torero y el lomo del toro habría más de medio metro de altura. Parecía un combate desigual; pero, no. Isaac toreó despatarrado con media muleta arrastras por la húmeda arena, sucediéndose las series de pases con ambas manos entre el clamor general. ¡Pedazo de toro! ¡Gloria a la casta brava! Pero, ojo, ahí estuvo un torero a la altura de las circunstancias. Se tiró a matar o morir y salió rebotado del embroque, pero en seguida clavó un espadazo que rindió definitivamente a la mole de casta brava. Oreja merecidísima y vuelta triunfal al toro en el arrastre. ¡Salve, Brigadier! Yo, desde aquí, te asciendo a Almirante, con mando en Plaza.