En el norte de Teherán apenas hay gente por las calles, los gatos escarban en la basura sin recoger y hay una fuerte presencia policial bajo el sonido constante de explosiones y alarmas que acompaña el paseo de quien se atreve a aventurarse fuera de casa.
Este es el aspecto del distrito tres de la capital iraní tras seis días de fuego cruzado con Israel y después de que en esta zona fuese bombardeada el pasado lunes la televisión estatal (IRIB), en un ataque en el que murieron tres personas.
Los pocos transeúntes se cruzan miradas nerviosas, casi de sospecha. La mayoría de ellos cargan alimentos, como una mujer mayor acompañada por un joven que empujaba una carrito de supermercado hasta arriba de productos. Otros llevan hogazas de pan y el único lugar donde hay una cola con varias personas es precisamente una panadería.
Más allá de eso, la calle Valiars, una de las principales arterias de la capital y la avenida más larga de Oriente Próximo, tiene un aire fantasmal a su paso por el parque Mellat, habitualmente bullicioso, con sus cafés y puestos de helados y zumos abarrotados de familias.
La nota más colorida la pone una familia de tres miembros, padre, madre e hijo, que pasa a toda velocidad en una moto ondeando una bandera de Irán.
Solo están abiertos los establecimientos de alimentación y un café con un solo cliente. «Este es mi café habitual, así que he bajado a tomar algo, qué voy a hacer», relata Ali, quien se alegra de encontrar cualquier compañía.
Él planea salir de Teherán hacia el norte, como han hecho ya muchos residentes de la ciudad, en los próximos días con su padre, enfermo de cáncer, y su madre, y mientras tanto hace tiempo.
Ali se dedica a la exportación e importación de perfumes, negocio totalmente paralizado, se lamenta, y no sabe qué esperar del futuro. «Lo mismo esta noche se cierra un alto el fuego o estamos así meses», sostiene, mientras sonaba lo que parecía que eran defensas antiaéreas interceptando proyectiles o drones procedentes de Israel.
Este empresario nació en el cuarto año de la contienda entre Irán e Irak en los años 80 y nunca pensó que viviría algo parecido. «A mis progenitores, que son mayores, esto les trae recuerdos de esa guerra y no es fácil para ellos», asegura.
Entorno desierto
Enfrente del café, el habitualmente abarrotado parque Mellat está casi totalmente vacío. Una mujer elegantemente vestida que pasea a su perro se declara muy «asustada» y se alegra de mantener una conversación.
«Sabes, mi casa está al lado de la televisión que atacaron el lunes, pasé miedo», indica antes de que efectivos de seguridad de paisano se acerque a pedir la documentación y explicaciones de qué hace en la calles. «Deberías irte a casa, no es seguro», advirtió uno los agentes de civil.
Es el segundo control en la zona; en otro, militares que chequeaban el móvil de un joven, dado que las autoridades han prohibido la toma de fotos y vídeos en el exterior.
Desde la madrugada del pasado viernes, Israel está llevando a cabo una campaña masiva de bombardeos contra diferentes puntos de Irán, que ya han causado al menos 232 muertos, a los que el régimen persa también ha respondido, matando al menos a 24 personas.
Hasta el tercer día de conflicto aún se veía actividad en las calles de Teherán, que ha descendido conforme han progresado los ataques hebreos contra instalaciones militares y energéticas de la capital, y también zonas residenciales.
Tráfico congestionado
Muchos vecinos han abandonado la ciudad, lo que ha provocado congestión de tráfico en la carretera que atraviesa la montaña Alborz y que da paso a la provincia de Manzandaran, que bordea el mar Caspio y es lugar habitual de vacaciones para los residentes de Teherán.
En esta ocasión no huían del calor o la contaminación de esta ciudad de 10 millones de habitantes, sino de los misiles, bombas y drones de Israel.