A escasas semanas de que empiece oficialmente la campaña de cereales, se han iniciado las tareas de recolección en las zonas más adelantadas del sur y solamente para determinadas variedades. Frente a la corta campaña de 2023 de solo 11,6 millones de toneladas, las previsiones para la actual apuntan a casi el doble de producción, pero acompañada de una importante bajada de los precios en origen hasta los límites de la rentabilidad por el exceso de oferta en los mercados mundiales.
Sobre los datos de las producciones, se baraja una gran variedad y disparidad de cifras, según el origen de las fuentes, sin que se acompañen las mismas con razones objetivas que las justifiquen. En líneas generales, si los datos han sido elaborados desde organizaciones de productores, los mismos tienden hacia la moderación, mientras las cifras suben si el origen se halla en grupos o entidades de comercializadores. En resumen, un baile de cifras sobre cada producción según el origen. Batallas de intereses sectoriales aparte, el balance total de la oferta de cereales de la campaña se podría concretar en un abanico que iría desde los 22 hasta los 25 millones de toneladas obtenidos de una superficie de cultivo de unos 5,5 millones de hectáreas con unos rendimientos medios 3.700 kilos por hectárea; la campaña de 2023 se quedó en solo 11,6 millones de toneladas.
Entre los numerosos informes elaborados sobre las previsiones de campaña, desde los productores, Cooperativas Agro-alimentarias de España apunta a una producción de casi 22 millones de toneladas, de las que 6,3 millones corresponden al trigo blando; 0,9 al trigo duro; 8,7 a la cebada; 3,6 millones al maíz; 1,2 millones a la avena y otro millón a otras varias producciones como centeno o triticale. UPA también predice una cosecha de 22 millones. Frente a estos datos, desde los operadores y almacenistas integrados en la asociación Accoe (Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España) las previsiones se elevan por encima de los 24 millones con un dato diferencial destacable: la estimación en la producción de cebada se eleva hasta los 9,5 millones de toneladas.
Las condiciones climáticas han ayudado en los últimos meses al buen desarrollo de las superficies de cultivo y el panorama del campo es excelente. Sin embargo, siguiendo el dicho popular de que la cosecha no es grano hasta que no está en el granero, a la actual campaña cerealista, con excepción de Andalucía donde está cerca el final de la recolección -que este año viene con retraso-, en grandes territorios productores como la zona centro o los valles del Ebro y del Duero los cereales tienen que pasar muchas noches al raso y superar las amenazas del calendario: fuertes temperaturas y vientos cálidos que pueden asurar la espiga justo en el momento de granar, por no mencionar tormentas y pedriscos más localizados.
En la campaña de 2023, con una cosecha mínima de solo 11,6 millones de toneladas, las importaciones se dispararon hasta los 24 millones. Esta cifra se comprende si se tiene en cuenta que la demanda interior total se sitúa entre los 36 y los 37 millones de toneladas, de los que 27 millones corresponde a las necesidades para alimentación animal, poco más de cinco millones para alimentación humana y más de tres millones para usos industriales.
Pero al margen de los problemas puntuales que se puedan dar en una campaña concreta por el volumen al alza o a la baja de la cosecha, el sector se enfrenta a otros problemas derivados de sus propias estructuras, desde la producción a la comercialización, que afectan a su rentabilidad.
Menos manos.
En lo que afecta a la producción en el campo, los datos oficiales señalan, como aspecto negativo, un muy elevado número de explotaciones con un sector claramente minifundista. Sin embargo, la realidad es muy distinta por la existencia de un elevado grado de concentración de las superficies de arrendamiento. En la práctica del laboreo de la tierra, se han eliminado millones de linderos. En consecuencia, la oferta está en menos manos de lo que dicen las estadísticas oficiales, lo que juega un papel clave también a la hora del funcionamiento de los mercados.
El desarrollo cooperativo de primer grado es importante, pero faltan unas estructuras más fuertes en las cooperativas de segundo grado para poder tener una mayor influencia en los precios. A la hora de la comercialización, se impone una mayor organización de la oferta y poner freno a las operaciones de venta sin precio o simplemente a resultas, en las que el agricultor, individualmente -o en otros casos incluso vía las propias cooperativas- «delega» en otros la defensa de los resultados de su trabajo y, en definitiva, de sus rentas.
El sector se enfrenta además al desmantelamiento progresivo de los mecanismos para la regulación de los mercados y con ello afronta más desajustes entre la oferta y la demanda, aspectos que se suman a las importaciones masivas de cereales a menor precio y en unos volúmenes en la mayor parte de los casos consecuencia de decisiones políticas, como las entradas procedentes de Ucrania, cuando no los excedentes de otros países comunitarios, especialmente de Francia. Los cerealistas se enfrentan, finalmente y entre otras circunstancias, al comportamiento de la propia demanda a la baja de los piensos ante la progresiva reducción de algunas cabañas ganaderas o al propio ajuste en consumo de harinas para la elaboración de panes y derivados.
Tanto por las buenas previsiones de la cosecha interior, como la oferta en los mercados mundiales o la reducción de la demanda interna, los precios se han visto afectados negativamente: las cotizaciones de la cebada están ligeramente por encima de los 180 euros, los trigos forrajeros en el entorno de los 220 y el trigo duro en los 260.