Madrid, 18 de mayo de 2025. Novena de feria. Ganadería: La Quinta: Toros muy bien presentados, de bella lámina y variado juego. En general, acudieron con prontitud al caballo de picar y prometieron más que ofrecieron en los siguientes tercios. El mejor, el cuarto, bravo, encastado y noble. Toreros: Uceda Leal (buena estocada, silencio y gran estocada, oreja), Daniel Luque (estocada con gran exposición, aviso y estocada, silencio) y Emilio de Justo (pinchazo hondo en lo alto y descabello, aviso y palmas y dos pinchazos, otro hondo y dos descabellos, dos avisos y silencio). Subalternos: Destacaron en la brega Niño de Aravaca y Morenito de Arles y con las banderillas Raúl Caricol, Jesús Arruga y Juan Contreras) Entrada: Lleno. Incidencias: Se conmemoraba el 120 aniversario de la fundación de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, renombrada desde el año 2022 con el título de Real.
Este último párrafo de la ficha de la corrida, viene al caso por la inclusión de la R que precede a las tradicionales siglas UCTL (Unión de Criadores de Toros de Lidia) que agrupó a los ganaderos de bravo más célebres en el año 1905; algo así como los "pata negra" de entonces; pero a los "pata negra" de ahora se les ha añadido la R de "Real", un logro que se debe a los esfuerzos del presidente de la Institución, Antonio Bañuelos, hombre tenaz donde los haya, que ha conseguido de nuestro rey Felipe VI, su apoyo de facto a la Tauromaquia, "realezando" a su elemento base y a quienes lo crían. Esta circunstancia ha motivado la inclusión de una corona en la documentación del citado Organismo, al modo de los equipos de fútbol de nuestro país, que así realzan tan noble distinción, desde el Real Unión de Irún al Real Madrid Football Club, pasando por la Real Sociedad de San Sebastián, entre la pléyade de títulos Reales que concedió Alfonso XIII al club futbolero que lo solicitara, dejando a todos ellos con su escudo coronado, como Dios y el Rey mandan. Así que, como es lógico, también el logotipo de esta "Unión" ganadera, tiene ya su corona correspondiente. Los ganaderos, digamos, de "primera división", ya están coronados y arropados por el manto de armiño de la monarquía española. Ahora, que salga el toro y veremos qué pasa.
Y lo que pasó en la Plaza de las Ventas fue que salieron al ruedo seis toros (siete, con el sobrero) de La Quinta guapos donde los haya y serios del testuz al rabo. Su aparición en el ruedo son esa cardenez entrepelada, armada por delante con dos "leños" de considerable dimensión y curvatura y su forma de embestir, con codicia, a los primeros capotazos, daba a entender que les brindaban a la terna de diestros en la materia un triunfo seguro y a los aficionados que rebosaban los graderíos, una tarde de toros de abundantes emociones, y sin embargo la corrida ofreció muchos detalles para el contraste de pareceres, que, en suma, es lo que enriquece a todo estado de opinión.
Los tres primeros toros de La Quinta, eran del año 20, o sea, cinqueños y el resto de la quinta del 21. Todos ellos, en distinto grado, tuvieron mucho que torear, porque llegaron al tercio final bajando el diapasón de su empuje, reponiendo terreno en cada trance y algunos merodeando en torno a los muslos de los toreros, abocados a perder pasos entre cite y cite para ligar los pases, detalles estos que pueden pasar desapercibidos para las gentes del común, que son la inmensa mayoría de los que copan los asientos de la Monumental. Es decir, que, al menos tres toros, uno de Luque y dos de Emilio de Justo, (el 3º y el sexto-bis)l parecían que eran bravos y nobles, y sin embargo exigieron a los toreros un esfuerzo tremendo para sacar un mediano partido de su comportamiento. Por tanto, ni una pega a la actuación de Daniel y Emilio, porque ambos hicieron un esfuerzo tremendo para sacar adelante aquél compromiso, de engañosas bondades, sin dudas ni pingüis, sin alhacaras obscenas. Ambos son toreros de una pieza y merecieron mejor trato por parte de quienes, desde la inopia, ofician como parte censora de la afición de Madrid.
Hubo una excepción, el llamado Rabioso, jugado en cuarto lugar, el único que mantuvo sus promesas de garantía sin límites, ofreciendo a Uceda Leal -- que había pechado de primeras con un toro sin chispa ni entrega alguna-- las mejores virtudes del toro de lidia: bravura, nobleza, codicia y duración. Y a fe que José Ignacio lo entendió desde que lo toreó de capa con soltura, y después lo paladeó con la muleta; pero, sobre todo, lo midió perfectamente, dando al bello y magnífico animal las tandas y los tiempos precisos. De esta forma, fluyeron series en redondo de ajuste perfecto, llevando el belfo del toro embebido en los flecos de la panza de la muleta y rematando las series con pases de pecho hondos y largos. Cuando Uceda cuadró a Rabioso, nadie dudó del final de este breve documental, en vivo y en directo, del arte del toreo: una estocada de libro y toro patas arriba. Así fue. Oreja al canto. Ni una pega a lo visto. La vuelta al ruedo del torero es de las que se llevan a cabo con recreación absoluta. En el recorrido, iba un torero vestido a la usanza del las grandes figuras del XIX: cuajado de oro, con alamares de chorrillo largo y muletillas copando casi todo el delantero de la chaquetilla. Era la estampa de la madurez expuesta en esa galería de Arte que es la Plaza de Las Ventas. De ahí se extrajo ayer la Solera de Madrid, que tiene un bouquet especial. Para Real, Uceda Leal. Con rima y todo.